En una operación cuidadosamente orquestada, el expresidente de Estados Unidos Donald Trump autorizó un ataque aéreo contra instalaciones nucleares iraníes mientras se encontraba en su club de golf en Nueva Jersey. La decisión marcó el punto culminante de semanas de intensas deliberaciones, coordinación secreta con Israel y preparativos militares de alto sigilo. La ofensiva incluyó el uso de bombarderos B-2 y misiles Tomahawk lanzados desde submarinos, en una acción que buscó sorprender tanto al régimen iraní como a la comunidad internacional.
Planificación bajo máxima confidencialidad
Las primeras conversaciones sobre una posible ofensiva estadounidense contra Irán se desarrollaron a inicios de junio durante un retiro en Camp David, donde Trump fue informado por el entonces director de la CIA, John Ratcliffe, sobre la inminente ofensiva israelí. Las opciones militares para apoyar a Israel ya estaban preparadas desde meses atrás, pero el presidente aún no había tomado una decisión firme.
Pese a las advertencias sobre los riesgos de una escalada bélica en Medio Oriente, la administración Trump optó por actuar, según informaron fuentes al Wall Street Journal. El plan fue coordinado directamente con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quien había lanzado un ataque similar una semana antes. El objetivo: neutralizar los principales centros de enriquecimiento nuclear iraníes ubicados en Fordow, Natanz e Isfahán.
Autorización informal, ataque fulminante
Durante días, Trump se mostró evasivo sobre sus intenciones. Sin embargo, mientras se encontraba en su club privado en Nueva Jersey, dio la luz verde definitiva. La noche del 21 de junio de 2025, mientras el mandatario aparentaba tranquilidad, los bombarderos B-2 ya estaban en el aire, acompañados por misiles de crucero lanzados desde submarinos de ataque estadounidenses.
A las 19:50 horas, una vez completada la operación y con los aviones fuera del espacio aéreo iraní, Trump y sus asesores comunicaron la acción al mundo a través de su red social Truth Social. El secretario de Defensa Pete Hegseth calificó la operación como una acción de “desorientación y máxima seguridad operativa”, resultado de meses de preparación meticulosa.
Una decisión milimetrada y en constante evolución
Según reportes de CNN y The Washington Post, Trump retrasó la orden final hasta el último momento, evaluando si Irán estaría dispuesto a negociar el cese de su programa nuclear. La Casa Blanca incluso anunció un plazo de dos semanas para que Teherán respondiera por la vía diplomática. Sin embargo, el presidente cambió su postura un día después, advirtiendo que su paciencia se estaba agotando.
Las autoridades estadounidenses aclararon que el ataque fue una acción puntual, no un intento de cambio de régimen. Pese a ello, el temor a represalias iraníes persiste, especialmente por el posible impacto en tropas o instalaciones norteamericanas en la región.
Altos funcionarios, incluidos el vicepresidente J.D. Vance, el secretario de Estado Marco Rubio, y la directora de Inteligencia Nacional Tulsi Gabbard, participaron activamente en la coordinación desde la Sala de Situación. Sin embargo, ni siquiera ellos supieron con precisión cuándo Trump tomó la decisión final. Vance reconoció que el expresidente decidió proceder solo minutos antes de que cayeran las bombas.
“No sé si alguno de nosotros supo exactamente cuándo el presidente tomó la decisión, excepto él mismo”, declaró Vance en Meet the Press.
El ataque representó una demostración de fuerza y estrategia política, dejando claro que la diplomacia tenía un límite y que Trump estaba dispuesto a actuar, incluso desde un campo de golf.