El acento chileno, con más de un 80 % de omisiones fonéticas en el habla cotidiana, ha sido objeto de críticas y burlas en redes sociales, especialmente por parte de extranjeros. Sin embargo, expertos en lingüística afirman que no se trata de un «mal hablar», sino de una variación legítima del español con raíces históricas y sociales profundas.
Según Enrique Sologuren, doctor en Lingüística, «no hay lengua o acento que sea mejor o peor», y lo que se considera el hablar chileno corresponde a una variación diatópica —es decir, geográfica— propia de su evolución. Desde esta perspectiva, todos los hablantes usan dialectos, y el chileno es uno más entre ellos.
El aislamiento geográfico del país durante la época colonial —limitado por la Cordillera de los Andes, el Desierto de Atacama y la Patagonia— restringió el flujo de normas lingüísticas académicas, a diferencia de lo que ocurrió en virreinatos como Lima o México. Esto facilitó que el español en Chile desarrollara características propias.
Entre las particularidades más reconocibles del español chileno están la omisión de consonantes finales, como la D en «ensalá’» o la S en «lo’ cabro’», así como una pronunciación distintiva de la CH, que a veces se transforma en un sonido similar a la SH.
Ricardo Martínez, también doctor en Lingüística, explica que estas diferencias pueden generar dificultades de comprensión entre chilenos y otros hispanohablantes. Aun así, enfatiza que estas características no invalidan ni deterioran la lengua, sino que responden a una evolución natural influida por el entorno.
Para Guillermo Soto Vergara, director de la Academia Chilena de la Lengua, este fenómeno tiene además un componente identitario. «Hay cierto orgullo de no venir de reinados», señala, en alusión al origen independiente de la cultura lingüística chilena.
Lejos de ser un defecto, el acento chileno es resultado de una historia singular que ha forjado una forma de hablar distinta, con códigos y expresiones que, aunque inusuales, son perfectamente funcionales dentro del país.